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Ya veis, hijas e hijos míos queridísimos, a qué grandes horizontes apostólicos nos lleva la consideración de esos aspectos característicos de nuestra espiritualidad, insertados todos en el hilo común de la filiación divina.

Debéis estar muy agradecidos a Dios, porque nos ha dado esta espiritualidad tan sincera y sencillamente sobrenatural, y a la vez tan humana, tan cerca de los nobles quehaceres terrenos. Es gracia muy especial –luz de Dios, os decía–, que por su misericordia hemos recibido, y que con humilde fidelidad hemos de transmitir a otras muchas almas.

Pero tened en cuenta que, en no pocas ocasiones, esta espiritualidad y esta ascética han costado y cuestan a vuestro Padre y a algunos de vuestros hermanos tener que soportar la incomprensión, tener que oír que se tacha de locura –y hasta de herejía– lo que es camino de Dios, y de locos y herejes a los que lo siguen.

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