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Las características tan peculiares de esta vocación nuestra llevan consigo el planteamiento y la solución –con fórmulas adecuadas– de muchos problemas de carácter teológico, ascético, jurídico, que necesariamente han de costar tiempo y dar quehacer; también porque muchas personas, incluso con buena voluntad y con determinada competencia en las diversas manifestaciones del apostolado y de la vida de la Iglesia, tardarán en comprendernos: ya os lo he dicho.

Pero, sobre todo, porque esta realidad social y apostólica que Dios ha promovido en el seno de la Iglesia, propone problemas que son muy distintos –también en el modo de plantearlos– de los problemas propios del estado religioso; y aun cuando a veces parezca, a quienes no comprendan nuestro camino, que algunas cuestiones son comunes, las soluciones inevitablemente han de ser diferentes.

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