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Conviene que agradezcamos mucho y con frecuencia esta llamada maravillosa que hemos recibido de Dios, con un agradecimiento real y profundo, estrechamente unido a la humildad, que ha de ser, en el alma de cada uno, la primera consecuencia de esa luz comunicada por la infinita misericordia del Señor: quid autem habes quod non accepisti?22; ¿qué cosa tienes tú que no la hayas recibido de Dios?

Pero no solo esto: si dixerimus quoniam peccatum non habemus, ipsi nos seducimus, et veritas in nobis non est23; si dijéramos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos, y no hay verdad en nosotros. En cambio, si somos humildes, si somos veraces, las miserias propias de la debilidad humana y las dificultades, que se nos puedan presentar, no serán nunca inconveniente para que la luz y el amor de Dios habiten en nosotros. Solo así obraremos como fieles hijos de la luz, objeto de la continua misericordia de Dios e instrumentos eficaces de su voluntad.

Esa humildad fomentará en nuestra alma, e irradiará a nuestro alrededor, una gran confianza: tenemos por abogado para con el Padre, a Jesucristo justo y santo, y él mismo es la víctima de propiciación por nuestros pecados: y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo24.

Humildad y confianza, hijos míos, para dirigir la mirada hacia el camino que Dios nos ha señalado, para comprenderlo rectamente, para seguirlo con lealtad. Una fidelidad así –rendida, entregada– nos dará en todo momento la seguridad de que verdaderamente hemos encontrado a Jesucristo, de que con Él estamos cumpliendo la voluntad del Padre, de que es verdadera nuestra respuesta filial a la vocación recibida.

Y oímos aquellas palabras de Pablo: que Cristo habita por la fe en nuestros corazones, estando arraigados y cimentados en la caridad, a fin de que podamos comprender con todos los santos, cuál sea la anchura, y la longitud, y la alteza y la profundidad25 de este misterio: conoceremos, en todas sus dimensiones, lo que es vivir con Cristo.

Notas
22

1 Co 4,7.

23

1 Jn 1,8.

24

1 Jn 2,1-2.

25

Ef 3,17-18.

Referencias a la Sagrada Escritura
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