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Al deseo que tenéis de mejorar continuamente vuestra formación, a vuestro afán de aprender, la Obra corresponde proporcionándoos, en la medida y en la forma que requieren las circunstancias personales de cada uno, un conocimiento exacto del dogma y de la moral, de la Sagrada Escritura y de la liturgia, de la historia y del derecho de la Iglesia; de manera que más fácilmente podáis elevar al plano sobrenatural los conocimientos humanos, y convertirlos en instrumento de apostolado.

Pero habéis de adquirir también la preparación profesional adecuada –cada uno la que es propia de su ocupación en la sociedad, de su empleo público intelectual o manual–, para poder realizar con eficacia ese apostolado de la doctrina, a través de vuestras personales actividades, de vuestro trabajo ordinario.

Difícilmente podrá ser santificado el trabajo, si no se hace con perfección también humana; y, sin esa perfección humana, difícilmente –por no decir de ningún modo– se podrá alcanzar el prestigio profesional necesario, la cátedra desde la cual se enseñe a los demás a santificar ese trabajo y a acomodar la vida a las exigencias de la fe cristiana.

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