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Con esa ceguera o con esa comodidad, no pueden comprender que la libertad –la libertad personal– sea punto principalísimo del espíritu de la Obra de Dios; no pueden comprender que la mayor parte de las veces usemos el yo, haciéndonos responsables de nuestros actos, y que rara vez podamos decir nosotros, porque los demás hermanos nuestros –los demás socios de la Obra, diré mejor– no tienen la obligación de seguir el criterio determinado que tenga un miembro del Opus Dei, en las cosas temporales, ni en las teológicas que la Iglesia deje a la discusión de los hombres. Consuela leer en el Santo Evangelio aquel neque enim fratres eius credebant in eum56, nadie creía en Jesucristo.

Hay otras personas que, queriéndonos hacer pesar la experiencia de sus años viejos, nos miran con prejuicio. Yo, en cambio, pienso –y vosotros conmigo– que lo viejo y lo nuevo pueden estar llenos de vitalidad: el niño, el joven, el hombre que ha entrado en la madurez o en la vejez, pueden estar sanos, igualmente sanos, de cuerpo y de alma. Y la edad les lleva a darnos consejos –que no pedimos– con el prejuicio y la prudencia de lo viejo, cuando lo que necesitamos es oraciones, comprensión y cariño.

Notas
56

Jn 7,5.

Referencias a la Sagrada Escritura
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