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No faltaron desde entonces, a lo largo de los siglos, almas que han buscado seguir de cerca el ejemplo de Jesucristo: pero, progresivamente, fueron concentrando su esfuerzo por vivir –en el ejercicio públicamente profesado– tres consejos, que se han hecho tradicionales: la pobreza, la castidad y la obediencia, que quedaron así tipificados como pilares ascéticos de un cierto estado de vida, distinto del de los simples fieles.

De este modo se delineó la condición propia del estado religioso que, en sus diversas formas evolutivas históricas, ha requerido siempre –como elemento sustancial– una separación más o menos completa del mundo, de las tareas y de las actividades seculares.

Para las almas que reciben de Dios esa vocación, las ocupaciones y los trabajos temporales del simple cristiano constituyen un impedimento, que se ha de abandonar –como condición sine qua non–, para buscar la propia santificación –viviendo la vida de perfección evangélica– y promover la salvación de los demás desde fuera del mundo, con la oración, la penitencia y las obras de apostolado compatibles con ese estado de vida.

Notas

Sobre las ocupaciones temporales de los religiosos, ver nota en glosario (N. del E.).

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