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Apoyados en este ejemplo de desinterés franco y eficaz –hecho posible, alimentado, por el trato continuo con nuestro Padre Dios, por nuestra devoción confiada a Santa María, por el amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, por la oración y por la mortificación–, habéis de procurar cultivar la amistad con vuestros colegas de profesión, con las personas que por cualquier otro motivo hayáis de tratar.

Obraréis así, hijas e hijos míos, no ciertamente para usar la amistad como táctica de penetración social: eso haría perder a la amistad el valor intrínseco que tiene; sino como una exigencia –la primera, la más inmediata– de la fraternidad humana, que los cristianos tenemos obligación de fomentar entre los hombres, por diversos que sean unos de otros.

Y al mismo tiempo, por amor a Dios: porque la amistad facilita la confidencia; y hace así posible el apostolado de la doctrina, el acercamiento al Señor de esas almas, de esos amigos cuyo bien deseamos.

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