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Hay en el Evangelio dos figuras que −a la hora de la cobardía general− son valientes: José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque oculto; y un hombre rico, Nicodemo. En medio de este terror general, de este abandono en que había quedado Cristo Jesús, sólo rodeado de mujeres −de su Madre, de aquellas santas mujeres− y de un adolescente −de Juan−, ellos, que se ocultaban mientras vivía el Maestro, vuelven a aparecer, según nos cuentan los Evangelistas. José, para pedir a Pilatos que le deje recoger el Cuerpo. Nicodemo, para llevar una confección de mirra y áloe, como cien libras: sería bastante dinero.

Sin embargo, aunque trataban y amaban a Jesús, acordaos de aquel pasaje de San Juan en el capítulo III, del versículo uno al diez, cuando el Señor dice a Nicodemo: nisi quis renatus fuerit denuo, non potest videre regnum Dei; quien no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios o tener parte en él. Nicodemo contesta: quomodo potest homo nasci, cum sit senex?; ¿cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? No os voy aquí a repetir todo el pasaje. Nicodemo no era un ignorante. Jesús le pregunta: tu es magister in Israël et haec ignoras? Nisi quis renatus fuerit, había adoctrinado el Maestro, ex aqua et Spiritu Sancto non potest introire in regnum Dei; ¿tú eres maestro en Israel, e ignoras estas cosas?; quien no naciere por el bautismo del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios. Y en otra parte: sic est omnis qui natus est ex spiritu, eso mismo sucede al que nace del espíritu.

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