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Pero, ¿cómo van a conseguir que los demás ciudadanos católicos abdiquen habitualmente de sus derechos, para someterse a un monopolio que no tiene razón de ser? Lo consiguen, muchas veces, con lo que vamos a llamar un engaño, aunque yo no quiero juzgar de la buena fe con que actúan. El engaño es el de confundir a los católicos, pidiéndoles esta inútil y absurda unidad en lo opinable, en nombre de la necesaria y lógica unidad en lo que atañe a la fe y a la moral de la Iglesia.

Con campañas políticas bien organizadas, consiguen desconcertar a la opinión pública, haciendo creer que sólo ellos pueden ser baluarte, defensa de la Iglesia en aquellas circunstancias concretas de su país. En ocasiones, llegan a crear −y a mantener después todo el tiempo que puedan− una situación artificiosa de peligro, para que se convenzan más fácilmente los ciudadanos católicos de la necesidad de sacrificar sus libres opciones temporales, y apoyen al partido que ha asumido oficialmente la defensa de la Iglesia.

No os extrañe que, a veces, el engaño sea tan hábil que hasta las mismas autoridades eclesiásticas no se den cuenta, y lleguen a apoyar de alguna manera ese partido confesional, reforzando así oficialmente su carácter y su pretensión de imponerse a las conciencias de los fieles.

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