63

Hemos de tener una santa impaciencia por pegar el fuego divino, que el Señor ha hecho arder en nuestros corazones, a todas las almas que están alrededor nuestro, y hasta a las más lejanas: pero, mientras no llegue la aprobación de la Santa Iglesia, conviene que se actúe con prudencia −de acuerdo con el Rvmo. Ordinario del lugar, como hemos hecho siempre−, dando a conocer afirmativamente a la gente la realidad de la Obra. Tened muy claro, sin embargo, que este modo de proceder no es, de ninguna manera, guardar secretos: obramos a la vista de todo el mundo, y de hecho sólo los ciegos y los sordos pueden desconocer nuestra Obra.

Algunos, por lo que veo, llevados de su incomprensión −ya notáis que no soy duro en juzgar−, querrían que mis hijos, por tener esa entrega maravillosa al servicio de Dios, lucieran un cartelón en la espalda que dijera, poco más o menos: conste que soy un buen chico. Y no se dan cuenta de que nosotros −que no somos, ni seremos nunca religiosos−, jurídicamente, canónicamente, trabajamos con sentido sobrenatural, lo mismo que los miembros de una asociación de fieles.

Y a nadie se le ocurre hacer, por ejemplo, que un médico, si es terciario, ponga en sus tarjetas de visita: «Fulano de Tal, terciario franciscano, doctor en Medicina». Luego nuestra manera de obrar no puede ser calificada como un secreto: porque no es querer disimular lo que somos. Por el contrario, es sencillamente naturalidad: no querer simular lo que no somos, porque somos cristianos corrientes, iguales a los demás ciudadanos.

Este punto en otro idioma