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Amor al Papa

Como somos hijos de Dios, nuestro más grande amor, nuestra mayor estima, nuestra más honda veneración, nuestra obediencia más rendida, nuestro mayor afecto ha de ser también para el Vice-Dios en la tierra, para el Papa. Pensad siempre que después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Papa. Por eso, muchas veces digo: gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón.

Tengamos, pues, una confianza plena, completa, en la Iglesia y en Pedro. Yo no he dejado de tenerla, aunque algunas personas han procurado, diremos mejor, el demonio ha procurado a través de ciertos hombres sembrar recelos y sombras, para tratar de hacer disminuir en mí −sin conseguirlo− esta confianza y este amor.

Hijos míos, os voy a contar esta pequeña anécdota. Me dará tanta alegría que alguno de vosotros, cuando pueda, la viva: desde hace años, por la calle, todos los días, he rezado y rezo una parte del Rosario por la Augusta Persona y por las intenciones del Romano Pontífice. Me pongo con la imaginación junto al Santo Padre, cuando el Papa celebra la misa: yo no sabía, ni sé, cómo es la capilla del Papa, y, al terminar mi Rosario, hago una comunión espiritual, deseando recibir de sus manos a Jesús Sacramentado.

No os extrañe que me den una santa envidia aquellos que tienen la fortuna de estar cerca del Santo Padre materialmente, porque pueden abrirle el corazón, porque pueden manifestarle la estimación y el cariño.

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