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Comprensión con todas las almas. No hacer discriminaciones. Salvar a todas las almas

Siempre os digo que hay quienes trabajan como tres, y hacen el ruido de tres mil; nosotros queremos trabajar como tres mil, haciendo el rumor de tres. No estoy diciendo nada peyorativo para nadie; respeto las opiniones contrarias a esa sencillez nuestra, en el modo de hacer el apostolado. Pero estoy convencido de que la unidad espiritual de los cristianos no necesita siempre manifestaciones externas de masas y acciones colectivas ruidosas. La unidad no se logra con congresos y vocerío, sino con la caridad y con la verdad.

Entendéis, por tanto, que la discreta reserva −nunca secreto− que os inculco, no es sino el antídoto contra el faroleo; es la defensa de una humildad que Dios quiere que sea también colectiva −de toda la Obra−, no sólo individual; es también, al mismo tiempo, instrumento de mayor eficacia en el apostolado del buen ejemplo, que cada uno personalmente desarrolla en su propio ambiente familiar, profesional, social.

Porque no podemos olvidar, hijas e hijos de mi alma, que toda nuestra vida −por llamada divina− es apostolado. De ahí nace −lo estáis experimentando vosotros, y lo experimentarán todos los hermanos vuestros que vengan después− el deseo constante de tratar a todos los hombres, de superar en la caridad de Cristo cualquier barrera.

De ahí nace en nosotros la cristiana preocupación por hacer que desaparezca cualquier forma de intolerancia, de coacción y de violencia en el trato de unos hombres con otros. También en la acción apostólica −mejor: principalmente en la acción apostólica−, queremos que no haya ni el menor asomo de coacción. Dios quiere que se le sirva en libertad y, por tanto, no sería recto un apostolado que no respetase la libertad de las conciencias.

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