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Necesitáis, sin embargo, mucha paciencia; debéis hacer el propósito firme de no desanimaros, porque la labor no es fácil. Es más milagro, en efecto, la conversión de un mal cristiano −católico o no− que la de un pagano: ya que los primeros tienden a comprender mal, de un modo deformado, todo lo que les digamos de Jesús y de su doctrina, porque delante de sus ojos no ven a Jesucristo, sino una caricatura de Jesucristo.

Frente a esa dificultad hemos de poner nuestra constancia en la oración: rogad también continuamente por los otros hombres, pues cabe en ellos esperanza de conversión, a fin de que alcancen a Dios. Haced que, al menos por vuestras obras, reciban instrucción de vosotros… Oponed a sus blasfemias, vuestras oraciones; a sus extravíos, vuestra firmeza en la fe; a su fiereza, vuestra dulzura… Mostrémonos hermanos suyos, por nuestra amabilidad: sólo hemos de esforzarnos en imitar al Señor103.

Ved, hijas e hijos de mi alma, cuál es el motivo último de nuestro espíritu abierto, de nuestro querer comprender a todos: es el afán apostólico. Si huyéramos de los que no conocen o no practican la fe de Cristo, no les daríamos la posibilidad de contemplar nuestro ejemplo, no les podríamos ofrecer la imagen verdadera de Jesucristo reflejada en nuestras vidas, aun en medio de tanta miseria personal nuestra.

Notas
103

S. Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios c. 10, 1-3 (SC 10, p. 67).

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