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No vamos al apostolado a recibir aplausos, sino a dar la cara por la Iglesia, cuando ser católicos es difícil; y a pasar ocultos, cuando llamarse católicos es una moda. De hecho, en muchos ambientes, ser católicos de verdad, aun sin llamarse así, es razón suficiente para recibir todo tipo de injurias y de ataques. Por eso aunque os he dicho alguna vez que a nosotros nos repugnavivir de ser católicos, viviremos, si es necesario, a pesar de ser católicos. Sin olvidar, añado siempre, que nos repugnaría más aún vivir de llamarnos católicos.

Ambición de servir: esta ambición tiene unas manifestaciones concretas muy claras, que podríamos llamar también nuestras pasiones dominantes, nuestras locuras. La primera es la de querer ser el último en todo, y el primero en el amor. Al Señor le decimos, en nuestra meditación personal: Jesús, ¡que yo te quiera más que todos! Ya sé que soy el último de tus siervos; ya sé que estoy lleno de miserias: ¡me has tenido que perdonar tantas ofensas, tantas negligencias! Pero tú has dicho que ama menos aquel a quien menos se le perdona108.

Afán de almas: tenemos el deseo vehemente de ser corredentores con Cristo, de salvar con Él a todas las almas, porque somos, queremos ser ipse Christus, y Él dedit redemptionem semetipsum pro omnibus109, se dio a sí mismo en rescate por todos. Unidos a Cristo y a su Madre Bendita, que es también Madre nuestra, Refugium peccatorum; fielmente pegados al Vicario de Cristo en la tierra −al dulce Cristo en la tierra−, al Papa, tenemos la ambición de llevar a todos los hombres los medios de salvación que tiene la Iglesia, haciendo realidad aquella jaculatoria, que vengo repitiendo desde el día de los Santos Ángeles Custodios de 1928: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!

Notas
108

Lc 7,47.

109

1 Tm 2,6.

Referencias a la Sagrada Escritura
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