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Con esta dedicación al fin que comprende todos los otros fines concretos −que no son más que medios para ese fin, de que he hablado primero, que es dar doctrina−, nuestra labor apostólica contribuirá a la paz, a la colaboración de los hombres entre sí, a la justicia, a evitar la guerra, a evitar el aislamiento, a evitar el egoísmo nacional y los egoísmos personales: porque todos se darán cuenta de que forman parte de toda la gran familia humana, que está dirigida por voluntad de Dios a la perfección.

Así contribuiremos a quitar esta angustia, este temor por un futuro de rencores fratricidas, y a confirmar en las almas y en la sociedad la paz y la concordia: la tolerancia, la comprensión, el trato, el amor.

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