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Nuestro trabajo se desarrolla, cada día, en medio de los centenares de personas con las cuales nos encontramos en contacto desde que nos despertamos por la mañana, hasta que se acaba la jornada: los parientes, la servidumbre, los colegas de trabajo, los clientes, los amigos. En cada uno de ellos hemos de reconocer a Cristo, hemos de ver en cada uno de ellos a Jesús como nuestro hermano; y así nos será más fácil prodigarnos en servicios, en atención, en cariño, en paz y en alegría.

Ese ideal nuestro, cuajado en obras, acercará muchas almas a la Iglesia, y muchos jóvenes, muchos hombres maduros, y muchas personas de edad, con generosidad y con valentía, vendrán también a unirse codo con codo con nosotros en el servicio de Dios en su Obra.

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