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Servir, pues; porque el apostolado no es otra cosa. Por nuestras propias fuerzas, no podemos nada en el terreno sobrenatural; pero, siendo instrumentos de Dios, lo podemos todo −omnia possum in eo, qui me confortat!118: ¡todo lo puedo en Aquél que me conforta!−, porque Él ha dispuesto, por su bondad, utilizar estos instrumentos ineptos. Así que el apóstol no tiene otro fin que dejar obrar al Señor, hacerse disponible, para que Dios cumpla −a través de sus criaturas, a través del alma elegida− su obra salvadora.

El apóstol es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo, que le hace idóneo para guiar los hombres hacia Dios, enseñarles la verdad del Evangelio, y corredimirlos con su oración y su expiación.

El cristiano dispuesto a servir es guía, maestro y sacerdote de sus hermanos los hombres, siendo para ellos otro Cristo, alter Christus, o mejor, como os suelo decir, ipse Christus119*. Pero −insisto− se trata de no hacer una labor personal, de no tener ambiciones personales; se trata de servir a Cristo, para que Él actúe; y de servir también a los hombres, porque Cristo no vino a ser servido, sino a servir: non venit ministrari, sed ministrare120.

Notas
118

Flp 4,13.

119

«ipse Christus»: «el mismo Cristo» (T. del E.).

120

Mt 20,28.

Referencias a la Sagrada Escritura
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