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No quiero con esto afirmar que todos los ciudadanos no cristianos sean indignos o incapaces, ni que todos vosotros hayáis de intervenir día tras día en las lides políticas. Muchos −la mayoría−, bastará que tengan un criterio seguro en todo lo que afecte a la Iglesia; que sepan dar la doctrina sana −que no es política, sino religiosa− a sus amigos y compañeros; y, finalmente, que cumplan con rectitud sus deberes cívicos, cuando el gobierno del país se lo pida.

Otros, en cambio, tendrán inclinación para dedicarse a las cuestiones políticas; no serán politicastros, que viven sólo de expedientes y compromisos con el fin de asegurarse un puesto, del que comen, en la vida pública de su patria, capaces de vender los derechos de primogenitura por un plato de lentejas71*, sino hombres que a su vida profesional unen un afán de servicio −nunca de dominio− a sus conciudadanos, en la vida política o en las organizaciones sindicales.

A todos os digo: los que tengáis vocación política, actuad libremente en ese terreno, sin abdicar de los derechos que como ciudadanos os competen; y buscad vuestra santificación ahí, mientras servís a la Iglesia y a la patria, procurando el bien común para todos en el modo que os parezca más adecuado, porque en lo temporal no hay dogmas.

Los demás, cumplid siempre con fidelidad vuestros deberes, y exigid que se respeten vuestros derechos. Y todos actuad libremente, porque es propio de nuestra peculiar llamada divina santificarnos, trabajando en las tareas ordinarias de los hombres según el dictado de la propia conciencia, sintiéndonos responsables personalmente de nuestras actividades libremente decididas, dentro de la fe y de la moral de Jesucristo.

Notas
71

* Cfr. Gn 25,29-34 (N. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
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