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Las casas y los Centros que son la sede material −el domicilio− de estas labores corporativas no serán nuestras, ordinariamente. Por muchos motivos, no conviene; y además no podría ser, porque somos pobres: la Obra es pobre ahora, en los comienzos, y lo será siempre, porque el Señor no dejará nunca de pedirnos más labores apostólicas, más iniciativas, más gastos de dinero y de personas en su servicio. Trabajaremos en casas alquiladas, o en edificios del Estado, o en sitios de los que tenga la propiedad alguna sociedad formada por algunos hijos míos y por otros ciudadanos que nos quieran ayudar.

Porque somos pobres, las hijas y los hijos míos llevarán estas labores con un sentido de responsabilidad muy grande, cara a Dios. Les guiará, en cualquier circunstancia que se presente y que no esté expresamente prevista en las normas concretas que voy dando, la fórmula, el criterio seguro que me habéis oído tantas veces: harán lo que haría, en las mismas circunstancias, un padre o una madre de familia numerosa y pobre.

Estas labores corporativas, os decía, excluyen cualquier otro fin que no sea puramente espiritual y apostólico: por eso es posible y necesario que la Obra −cuyo fin es exclusivamente sobrenatural− se haga responsable de la seguridad de su doctrina católica. No difundirán una doctrina o unas opiniones corporativas en asuntos temporales, porque tal doctrina corporativa −os lo he dicho mil veces− no existe, no puede existir. Corporativamente, no tenemos opiniones propias −cada uno, sí las puede tener−, tenemos sólo creencias: la doctrina de la Iglesia que aceptamos sin reservas, y que es lo único que nos une.

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