83

Pero no podemos aspirar a ser corredentores con Cristo, si no estamos dispuestos a reparar por los pecados, como Él lo hizo. Mirad cómo San Pablo aplica a Jesucristo las palabras del Salmo XXXIX: Tú no has querido sacrificio ni ofrenda, pero a mí me has preparado un cuerpo mortal; no te han agradado los holocaustos por el pecado, entonces dije: heme aquí que vengo; según está escrito de mí al principio del libro, para cumplir, oh Dios, tu voluntad110.

Queremos ofrecer nuestra vida, nuestra dedicación sin reservas y sin regateos, como expiación por nuestros pecados; por los pecados de todos los hombres, hermanos nuestros; por los pecados cometidos en todos los tiempos, y por los que se cometerán hasta el fin de los siglos: ante todo, por los católicos, por los elegidos de Dios que no saben corresponder, que hacen traición al amor de predilección que el Señor les ha tenido.

Amar como el que más: ganar para Cristo todas las almas; reparar abundantemente por las ofensas hechas al Corazón Sacratísimo de Jesús: he aquí nuestras ambiciones. Con una locura tan divina, con este celo que nos come las entrañas, zelus domus tuae comedit me111, ¿qué ambición humana podrá pegársenos en el camino de nuestra vida? Ninguno de nosotros, si mantiene este espíritu de la Obra, puede tener afán de lucirse, de ascender en la escala social, de conseguir puestos, honores, reconocimientos, si no es a pesar suyo y para servir a Dios.

Porque si nos moviésemos por esta ambición humana, para satisfacer nuestro amor propio −no faltarán quienes digan falsamente que lo hemos hecho−, entonces tendríamos que renunciar a la aspiración de servir a Dios: nemo potest duobus dominis servire112, porque nadie puede servir a dos señores: a Jesucristo y a nuestra vanidad.

Recuerdo que, apenas ordenado, me dieron este buen consejo: si quiere usted hacer carrera, evite cuidadosamente todo lo que sea trabajar en serio, y, sobre todo, evite escribir cosas claras. Entonces quizá no lo entendí muy bien; ahora veo que, desde un punto de vista humano, tenían razón. Pero doy gracias a Dios, Señor mío, porque me hizo comprender −ya entonces− que no debía hacerles caso: no me interesó nunca hacer carrera, a pesar de mis faltas y de mis miserias personales.

Notas
110

Hb 10,5-7. Cfr. Sal 40[39],7-9.

111

Jn 2,17.

112

Mt 6,24.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma