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Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas

Instaurare omnia in Christo1, dice San Pablo a los de Éfeso, renovad el mundo en el espíritu de Jesucristo, colocad a Cristo en lo alto y en la entraña de todas las cosas. Venimos a santificar cualquier fatiga humana honesta: el trabajo ordinario, precisamente en el mundo, de manera laical y secular, en servicio de la Iglesia Santa, del Romano Pontífice y de todas las almas.

Para lograrlo, hemos de defender la libertad. La libertad de los miembros, pero formando un solo cuerpo místico con Cristo, que es la cabeza, y con su Vicario en la tierra. Parece que han sido desgarradas las cosas celestiales de las del mundo, y que no tenían ya cabeza. Pero Dios puso como cabeza de todas las cosas a Cristo encarnado. Por tanto, se llegará a la unidad, a una unión armónica, cuando todas las cosas estén sometidas a una sola cabeza, que es Cristo.

Diremos con San Ireneo: hay un solo Dios Padre, (…) y un solo Cristo, Jesús Señor Nuestro, que pasa por toda la economía y recapitula todo en sí: en este todo está comprendido el hombre, criatura de Dios. Él, pues, recapitula al hombre en sí mismo. El invisible se hizo visible; el incomprensible, comprensible; el impasible, pasible; y el Verbo se hizo hombre, resumiendo todas las cosas en sí mismo. Y así como el Verbo de Dios es el primero entre los seres celestiales y espirituales e invisibles, así también tiene la soberanía sobre el mundo visible y corporal, asumiendo toda la primacía; y haciéndose Cabeza de la Iglesia, atrae hacia sí todas las cosas a su debido tiempo2.

Ahora comprenderemos la emoción de aquel pobre sacerdote, que tiempo atrás sintió dentro de su alma esta locución divina: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum3; cuando seré levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré a mí. A la vez, vio con claridad la significación que el Señor, en aquel momento, quería dar a esas palabras de la Escritura: hay que poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas. Entendió claramente que, con el trabajo ordinario en todas las tareas del mundo, era necesario reconciliar la tierra con Dios, de modo que lo profano −aun siendo profano− se convirtiese en sagrado, en consagrado a Dios, fin último de todas las cosas.

Notas
1

Ef 1,10 (Vg).

2

S. Ireneo de Lión, Adversus haereses, III, 16, 6 (SC 211, pp. 313-314).

3

Jn 12,32.

Referencias a la Sagrada Escritura
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