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Alguna vez el panorama os puede parecer descorazonador: porque advertiréis la pequeñez humana de vuestro esfuerzo, frente a todo un mundo que desconoce la comprensión. Tenéis razón: se ha dicho que el mundo acaba siempre dividido en dos mitades, y una se dedica a hablar mal de la otra. Pero, precisamente porque sobra desunión e incomprensión, nos quiere Dios en todos los caminos de los hombres para vivir personalmente la comprensión de Cristo, y para enseñarla a vivir.

No pretendemos cambiar todo en pocos días. Os diré más, algo que entristece: quizá nunca los cristianos llegaremos a establecer plenamente en la tierra este clima de unidad. Pero eso no quita que tengamos esta meta delante de los ojos: llegaremos, si somos fieles −dóciles a la gracia de Dios−, hasta donde Dios quiera; por supuesto, mucho más allá de lo que nunca podamos soñar.

Si me preguntáis por los medios, para obtener ese fin de caridad, os contestaré que los tenéis en nuestros modos apostólicos peculiares, que son manifestaciones naturales del espíritu sobrenatural de la Obra. Primero, como sabéis, la labor de amistad y de confidencia entre los jóvenes de todas las clases sociales, que son la esperanza, que ahora está cuajando, de la realidad de mañana.

Luego, la práctica constante de las virtudes de la convivencia, ofreciendo a Dios con alegría, sin que se note, los roces inevitables con caracteres, mentalidades, gustos diversos: cum omni humilitate et mansuetudine, cum patientia supportantes invicem in caritate87; con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros con caridad.

Notas
87

Ef 4,2.

Referencias a la Sagrada Escritura
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