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Rectitud de intención. Desprendimiento. Respetar las opiniones ajenas

Aquí viene muy bien que os recuerde esa manifestación tan heroica de la rectitud de intención, de la humildad verdadera en el servicio de Dios, que se ha de vivir siempre en Casa: me refiero a la disposición de todos mis hijos a abandonar la labor personal más floreciente −puede ser también una labor política−, para dedicarse a otras tareas profesionales externamente menos brillantes, si el bien del apostolado lo requiere y los que tienen autoridad en la Obra así lo disponen.

Esta decisión habitual es una muestra bien evidente de desprendimiento, porque nos da lo mismo trabajar aquí o allí, con tal de saber que nuestra labor es un servicio a Dios y a todas las almas: con este espíritu, mis hijos aprenden a agradar a Dios en todo lo que hacen, y a evitar el contagio del afán desordenado de poder y de las ambiciones personales.

Porque saben ceder, respetar la legítima opinión ajena, actuar con el estilo de los hijos de Dios en la Obra, en todo, y concretamente en la vida pública, no olvidarán que su misión es servir, sin esperar gratitud ni honores de los hombres, y teniendo sólo el deseo de agradar a Jesús, cui servire regnare est. Así serán indudablemente más eficaces, y sobre todo se santificarán en todas sus actividades personales, que −con la gracia de Dios− habrán sabido convertir en instrumento de santificación y de apostolado, con un radio de acción extensísimo.

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