62

Cuando os hablo de apostolado del ejemplo, de actuación personal libre y responsable, de no ser nunca católicos oficiales, quizás alguno podría pensar que, para hacer más eficaz esta penetración apostólica en todos los ambientes y dar más fácilmente este ejemplo cristiano, sea conveniente observar secreto respecto al hecho de pertenecer a la Obra.

Mirad: no es así. Aborrezco del secreto, que muchas veces no sirve sino para hacer el mal, o para que se diluya la responsabilidad. No admito más secreto que el de la confesión: y así lo digo siempre, a todos los que alguna vez se me acercan con la pretensión de contarme algo en secreto.

Ciertamente, ahora, por estar en los comienzos de esta labor divina, de nuestra Obra de Dios, es absolutamente necesario no divulgar imprudentemente nuestro camino, porque pocos están en condiciones de entender esa novedad. Pero esta temporánea actitud nuestra es la más natural: es el secreto de la gestación.

Todos los seres que tienen vida necesitan un cierto tiempo de protección −más o menos largo−, antes de aparecer a la luz; tienen necesidad de unas condiciones particulares que hagan posible su primer desarrollo, su maduración. Esto lo hace la naturaleza con las plantas y con los animales y con los hombres; es, pues, perfectamente natural que tengamos nosotros el mismo cuidado con la Obra, que es un organismo vivo, que está comenzando su actividad. De otra parte, así han comenzado de ordinario todas las instituciones apostólicas: sin espectáculo, sin ruido. Desgraciada o afortunadamente ya se prevé que, de hacer ruido sobre la Obra de Dios, se encargarán otros.

Este punto en otro idioma