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Para abrir una brecha en la conciencia de los hombres, después de tantos siglos de error o de olvido de los deberes del cristiano, tenéis que ser amigos del trabajo. Sin el trabajo no nos santificaremos: no es posible, porque el trabajo es la materia que hemos de santificar y el instrumento para la santificación.

Habéis de ser fieles, habéis de ser fuertes, habéis de ser dóciles, necesitáis virtudes humanas, corazón grande, lealtad. Con esto, yo no os pido cosas extraordinarias; os pido sencillamente que toquéis el cielo con la cabeza: tenéis derecho, porque sois hijos de Dios. Pero que vuestros pies, que vuestras plantas estén bien seguras en la tierra, para glorificar al Señor Creador Nuestro, con el mundo y con la tierra y con la labor humana.

Contemplo ya, a lo largo de los tiempos, hasta al último de mis hijos −porque somos hijos de Dios, repito− actuar profesionalmente, con sabiduría de artista, con felicidad de poeta, con seguridad de maestro y con un pudor más persuasivo que la elocuencia, buscando −al buscar la perfección cristiana en su profesión y en su estado en el mundo− el bien de toda la humanidad.

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