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La enseñanza de San Pablo es clarísima: toda persona esté sujeta a las potestades superiores: porque no hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que ha establecido las que hay en el mundo. Por lo cual quien desobedece a las potestades, a la ordenación o voluntad de Dios desobedece… Porque el que gobierna es un ministro de Dios puesto para tu bien… Por esta misma razón les pagáis los tributos, porque son ministros de Dios, a quien en esto mismo sirven. Pagad pues a todos lo que se les debe: al que se le debe tributo, el tributo; al que impuesto, el impuesto; al que temor, temor; al que honra, honra77. Y, antes, el mismo Jesucristo lo había enseñado, diciendo a Pilatos: no tendrías poder alguno sobre mí, si no te fuera dado de arriba78.

Pero el poder, siendo como es necesario y bueno, no deja de ser para el hombre caído −pronus ad peccatum, inclinado al pecado− una ocasión más de apego, de vanagloria, de hinchazón, de olvido de Dios, como tantas otras cosas buenas, que se pueden volver malas por la malicia de los hombres.

Por eso, los cristianos corrientes que deben santificarse en estas cosas públicas −también vosotros, hijas e hijos míos, si habéis libremente elegido esa actividad profesional, que es parte de vuestra llamada divina− han de estar vigilantes, rectificando constantemente la intención.

Notas
77

Rm 13,1-6.

78

Jn 19,11.

Referencias a la Sagrada Escritura
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