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Nosotros hemos de tener muy metidas, en nuestra vida de almas entregadas al servicio del Señor, aquellas palabras suyas: guardaos de hacer vuestras obras buenas en presencia de los hombres, con el fin de que os vean; de otra manera no recibiréis el galardón de vuestro Padre que está en los cielos80.

La virtud teologal de la esperanza nos da un aprecio tan grande del premio que nos ha prometido nuestro Padre Dios, que no estamos dispuestos a correr el riesgo de perderlo por falta de humildad colectiva; no queremos que a nosotros se nos apliquen, por haber buscado el aplauso de los hombres, aquellas otras palabras de Jesús: amen, dico vobis, quia receperunt mercedem suam81; recibieron ya su galardón. ¡Triste negocio!

Por eso no queremos que se nos alabe, ni que se nos pregone: queremos trabajar calladamente, con humildad, con alegría interna −servite Domino in laetitia82−, con entusiasmo apostólico que no se desvirtúa precisamente porque no se desborda en ostentación, en manifestaciones aparatosas. Queremos que haya en todas las profesiones, en todas las tareas humanas, grupos escogidos de hombres y de mujeres que, sin banderas al viento ni etiquetas llamativas, vivan santamente e influyan en sus compañeros de trabajo y en la sociedad, para el bien de las almas: ése es el afán exclusivo de la Obra.

Notas
80

Mt 6,1.

81

Mt 6,16.

82

Sal 100[99],2; «servite Domino in laetitia»: «servir al Señor con alegría» (T. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
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